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jueves, 11 de febrero de 2010

LA FELICIDAD Y LA DESDICHA



En las lecturas de este Domingo VI del T.O, nos presentan genéricamente dos conceptos diferenciales: Bien y mal, felicidad y desierto, justos y pecadores, y por último resurrección y fe.
La lectura del primer libro de Jer. 17:5-8. Así dice el señor: «Maldito quien confía en el hombre y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien, habitará en la aridez del desierto». El salmo responsorial, sigue la misma temática.
En este caso el Señor no reprueba que confiemos en los hombres, que es en sí un bien y que es necesaria para que haya una amistad fraterna, lo que Dios no desea es que con esa buena a mistad ya no le tengamos a él por el origen y fuente de toda a mistad, ya que Dios está por encima de la amistad de los hombres por más que nuestro amor sea de amistad verdadera.
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Con el tiempo esa amistad buena puede degenerar y ser tan exclusivista que no tengan cabida otras personas y mucho menos ya se acuerdan de Dios, y a poco que llegan las contrariedades desaparece entre ambos esa amigabilidad que existía y se rompe la armonía y la amistad.
Por eso el Señor nos da la lección que sin su amor por él, no cabe que haya amor verdadero con el prójimo y cuando se ama a Dios por encima de todas las cosas, ya pueden venir tormentas o sequías que el que ama, hallará alimento en el Señor para pasar las dificultades con serenidad y lo más importante…«Sin dejar de dar frutos de amor de caridad».

En la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corintio, (1C 15:12,16-20), nos aclara que si Cristo no hubiese resucitado, que nuestra fe no tendría ya objeto alguno, y ello significa que no estaríamos curados de nuestros pecados y pone en relieve que cuantos han muerto teniendo la fe de la resurrección y si ésta no existiera se hallarían perdidos sin remedio, por eso la esperanza que tenemos puesta en Cristo , va más allá de esta vida, de lo contrario seríamos los hombres más desgraciados. «Aleluya, aleluya. Alegrados de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el Cielo»

Y nos cabe esperar la felicidad en el anuncio del evangelio de San Lucas aunque para otros que les llamó la atención, se quedaron más bien heridos, que con deseos de sanar su herida y unirse a la Bienaventuranza que Jesús les proponía. Los ricos, no pueden ser felices.
Las bienaventuranzas son un grito a la esperanza para los pobres, los perseguidos, oprimidos por las estructuras sociales, culturales de cada tiempo.
El destino de los cristianos es que seamos felices a pesar de vivir situaciones reales existenciales de dolor, de incomprensión, de enfermedad física, psíquica y espiritual.

«NO TENGAMOS MIEDO QUE JESÚS NUNCA NOS DEJARÁ SOLOS, TENGAMOS FE»

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